jueves, 28 de mayo de 2009

Permisivismo y libertad en la educación (2)

Los adolescentes necesitan de la autoridad para su crecimiento en auténtica libertad; es como un pilar fuerte al que agarrarse cuando todo se les tambalea .
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La falta de autoridad en padres y profesores contribuye a acentuar la inseguridad y dificulta la libertad de los adolescentes; y parece evidente que hay crisis de autoridad en muchos padres y en bastantes profesores. Autoridad que por otro lado tampoco está demasiado potenciada por el sistema educativo que nos rige en la actualidad ni por las administraciones educativas.
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Es bien cierto que muchos adolescentes hacen lo que quieren en casa y en el colegio; los padres tienden a responsabilizar a los profesores del fracaso de los hijos y con frecuencia los desautorizan, con lo cual aun les merman más su autoridad. Y los profesores son incapaces de hacer nada ante el permisivismo y la falta de autoridad de los padres. Unos por otros esa falta de autoridad también repercute negativamente en la educación de la libertad y en el ejercicio de la misma.
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Aunque aparentemente la rechacen, los adolescentes necesitan de la autoridad para su crecimiento en auténtica libertad; es como un pilar fuerte al que agarrarse cuando todo se les tambalea. Algo que les da seguridad ante su inseguridad personal. Y si no la encuentran en los mayores la buscarán en el grupo o la pandilla. La coherencia y autoridad moral de los educadores es como la veleta o la referencia que les orienta en el proceloso mar de la adolescencia. Por el contrario, la falta de autoridad en quienes más cerca tienen contribuye a su inseguridad y desorientación, además de suponer una falta de referentes positivos que incide en el relativismo ético y en el indiferentismo, enemigos ambos de la verdadera libertad.
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Por supuesto que no hay que confundir esta autoridad con el autoritarismo, ni con obligar a hacer las cosas porque sí, ni con lo de “la letra con sangre entra”. Ha de ser autoridad moral, basada en el ejemplo y en el prestigio. Autoridad que se tiene pero que se ejerce muy poco. Autoridad que cumple siempre lo que promete, que es justa y coherente, pero que en ocasiones sabe ser “injusta” en cuanto trata de manera desigual a personas desiguales. (¡Cómo cuesta entender esto a los adolescentes!)
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La autoridad de la que hablamos es aquella que no tiene miedo a rectificar y pedir perdón si se ha equivocado. Que puede ser flexible y tolerante en algunas ocasiones, pero raras veces pasar por alto o hacer la vista gorda ante lo que está mal, sobre todo si esa actitud puede interpretarse como indiferencia. Y también es autoridad que se preocupa más de corregir que de castigar, que se ejerce con pocas palabras y con la sonrisa en los labios, y que procura siempre ser dialogante, dando razones aún a riesgo de que no sean entendidas. Y ello sin tirar nunca la toalla.
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Por último, es autoridad que sabe dar libertad de forma progresiva, incluso hasta permitir que se equivoquen sin retraerles nada, pero exigiendo siempre la correspondiente responsabilidad. Es en definitiva la autoridad de un ser libre que valora sobremanera este don que Dios ha concedido al hombre y que por tanto lo quiere no solo para sí, sino para todos.


Federico Gómez Pardo
Tomado de almudi.org

Permisivismo y libertad en la educación (1)

La huida del compromiso, el miedo al riesgo y los deseos de seguridad en el adolescente tiene que ver en la educación familiar recibida desde pequeños.
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El fracaso escolar que padecemos no creo que sea consecuencia únicamente de la actual ley de educación ni de las anteriores. Tampoco me parece que toda la culpa sea de las administraciones que tienen competencias en educación. En una de las encuestas entre los universitarios españoles realizada por la Fundación BBVA se reflejaban aspectos muy interesantes, como el alto porcentaje de los que pretenden trabajar en la administración, viven con su familia hasta bastante tarde o se muestran partidarios de vivir con su pareja sin pasar por el registro o la vicaría.

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Todo ello denota huida del compromiso, miedo al riesgo y deseos de seguridad; en lo cual algo tiene que ver la educación familiar recibida desde pequeños, en la que parece todo se les ha dado hecho y se les han consentido todos los caprichos, pero no se les ha preparado para vencer las dificultades y el temor a equivocarse.

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La influencia que puede tener el permisivismo y la falta de autoridad de padres y profesores en el fracaso escolar es evidente; pero además repercute también en otros aspectos de la formación de la personalidad de los adolescentes. El fracaso en la educación tiene su reflejo académico, pero también puede manifestarse en el aspecto humano; si los sucesivos informes PISA han dado cuenta de lo primero, los aspectos antes señalados de la encuesta del BBVA ponen de manifiesto el segundo.

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Una característica de la adolescencia es la inseguridad personal. La motiva el desfase entre lo que lo que les gustaría ser y lo que son; a pesar del afán de destacar y tener mucha personalidad no pueden prescindir de la experiencia de los propios fracasos. También porque se abren a la vida y no saben lo que ésta les deparará. Así ha sido siempre, pero en la actualidad se acentúa esta inseguridad por haber sido educados sin sentido del límite y por la falta de autoridad de muchos padres y profesores.

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El permisivismo dificulta la adquisición de criterios claros sobre la moralidad de los actos. Si todo está permitido todo es bueno; no hay distinción entre el bien y el mal. Y ese confusionismo moral incrementa su inseguridad. Por otro lado no se les ha dejado descubrir la alegría de conseguir las cosas con esfuerzo; y esa carencia de espíritu de sacrificio se traduce en temor ante las dificultades del mañana que, entre otras cosas, les retrae también a la hora de adquirir compromisos.

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Al parecer hoy en día ese temor, en muchos casos, parece que se prolonga más allá de la propia adolescencia. Por eso tardan tanto algunos en abandonar el hogar familiar, y por eso no son capaces de comprometerse de por vida ni con una mujer ni con Dios. Y esa falta de seguridad en sí mismos es lo que les hace aspirar a la seguridad del funcionariado.

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Hay quien dice que la adolescencia en la actualidad dura hasta los 30 años. En algunos casos pienso que dura siempre. No han aprendido a volar solos ni a ser libres, pues el compromiso es una de las mejores manifestaciones de auténtica libertad. Aunque no se dan cuenta de ello porque confunden libertad con autonomía. No saben –y hay que conseguir que lo descubran– que solo es libre el que es capaz de comprometerse. No quieren arriesgarse a adquirir compromisos permanentes por temor al fracaso, cuando resulta que solo el que se arriesga es capaz de triunfar en la vida en aquello que se compromete.
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Federico Gómez Pardo.

Tomado de almudi.org

martes, 26 de mayo de 2009

Una célula especial.

En numerosos documentos y escritos sobre la familia, se hace referencia a la misma como célula básica del tejido social o célula fundamental de la sociedad.
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Técnicamente hablando, un tejido vivo es un conjunto de células, todas dirigidas al cumplimiento del cometido último del tejido en cuestión, si músculo la contracción, si epidermis la protección, etc. La analogía pretende de buena manera dejar en claro, que de la misma forma que un tejido es lo que resulta de la sumatoria del accionar de sus células, la sociedad es lo que resulta del actuar de cada una de sus familias integrantes. Es más, se pueden seguir encontrando similitudes, por ejemplo células muertas en un tejido –ya pensemos en una necrosis miocárdica o en una cicatriz a causa de un accidente en la mejilla de una joven- provocan una alteración de la función del órgano. De manera análoga, familias disfuncionales –enfermas- también provocan alteraciones en el funcionamiento de la sociedad en su conjunto.
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Sin embargo, hay algo en esta comparación que no satisface completamente en una mirada más profunda. Quizás sea una consecuencia de una mirada médica. Clínica y para peor quirúrgica, ya que no la de un citólogo y menos la de un nano-bio-tecnólogo. Es que para un cirujano, lo que importa es el bulto y la terapéutica… ¡para grandes cirujanos grandes incisiones! Y las células son un vago recuerdo de las clases de histología.
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Bromas aparte, la familia es el lugar propio de las personas. Es más, es el único lugar en que las personas son aceptadas como tales y sin condiciones. ¡Sin adjetivos! La familia es el lugar acorde a la dignidad de la persona humana. El amor conyugal, el medio querido por Dios en su designio sapientísimo, para llenar la creación de las únicas criaturas hechas a Su Imagen y semejanza. Es, por si alguna duda quedara, el ámbito elegido por Dios para hacerse Hombre. La Sagrada Familia de Nazaret, es modelo, es paradigma, es objetivo final para todas las familias de los hombres de todos los tiempos.
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Si vemos entonces a la familia como el entorno acorde a la dignidad de la persona, para su comienzo, su desarrollo y su muerte, entenderemos que lo que es bueno para la persona, es bueno para la familia y a la recíproca. Para el cirujano, unas células más o unas células menos, es lo mismo. Para las familias y para las personas que las forman, cada persona es un valor por sí misma. No hay personas prescindibles, ni de segunda selección. Por cada persona murió Cristo en la Cruz. Cada persona vale la San
gre del Dios hecho hombre que se entregó en la Cruz para la redención de la humanidad.
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Por ello, hablar de la familia como célula básica de la sociedad, queda corto. Cada persona humana, a la luz de la Redención, adquiere valor de eternidad. Así como el catecismo nos enseña que en cada comunión no recibimos un “trozo de Cristo” sino a Cristo mismo, de forma análoga la Sangre derramada en la Cruz lo es por todos y cada uno de los hombres. Cada p
ersona vale toda la Sangre de Cristo.
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Las consecuencias sobre la familia se derivan de lo anterior. Si Dios se quiso encarnar en una Familia, si quiso sujetarse a relaciones de paternidad y de filiación, si el designio salvador pasó por una Familia, no fue una casualidad. Ciertamente, en la Familia del Carpintero de Nazaret, lo divino y lo humano se dan la mano de una manera inefable e irrepetible. Pero allí quedó para siempre -y siempre cuando anda Dios de por medio quiere decir siempre- el modelo de familia que con expresión feliz, fue llamada en el Jubileo de las Familias “Santuario de la vida, esperanza de la humanidad”.

viernes, 22 de mayo de 2009

Unidad de criterios

Los límites en la educación de los que venimos hablando, exigen entre otras cosas, que los mismos sean establecidos con claridad, en forma concreta, con las debidas explicaciones de acuerdo a la edad, y con unidad de criterio por parte de los papás.
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En efecto, hay un viejo principio que entienden muy bien los militares, apenas tienen alguien por debajo de su grado a quien mandar, y es que orden y contra-orden es igual a desorden. Nada más lejos de un cuartel que un hogar. Pero el ejemplo sirve.
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Ponerse de acuerdo cuando todo marcha sobre ruedas, con un niño obediente, en edad escolar, con amigos estupendos, con calificaciones sobresalientes, no es ningún mérito. Todo está bien en ese paraíso. Pero la experiencia muestra que la realidad es bastante más compleja. Y que llega el momento en que hay que aplicar los dichosos límites.
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Pongamos por ejemplo la forma de vestir de una hija. El largo de la falda, el escote, si bikini o malla entera, todo puede manejarse de forma educativa y positiva o ser un verdadero problema. En realidad en este tema como en todos los temas que afectan la fe y la moral, el terreno debe estar preparado desde que las niñas y los niños son pequeñas. Y con un respaldo de “cultura” familiar firme y seguro. Volveremos en otro artículo sobre el tema. Pero nos interesa ahora para ejemplificar que un doble mensaje, a la hora de aconsejar a una hija adolescente sobre su vestido o desvestido, sólo lleva a desconcierto, pérdida de autoridad, discusiones y malos ratos.
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Por ello, sin perjuicio de que el matrimonio no implica que cada cual deje de ser como es, sí implica unas disposiciones serias y permanentes para enfrentarse a un tema tan relevante como la educación de los hijos. Hay que hablar. Hay que formarse, dejarse formar y por qué no, estudiar. Hay que dedicar tiempo. Y una vez tomadas las decisiones que corr
esponden, actuar en consecuencia.
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La pregunta de fondo es muy seria. ¿Estoy dispuesto a poner a mis hijos en condiciones de ganar la carrera, la que lleva a la vida eterna? ¿De ser santos de verdad y muy felices? ¿De saber hacer buen uso de su libertad? ¿De responder que sí al camino que Dios les tenga preparado? Es muy importante para ellos. Pero más para nosotros. Nos pedirán cuentas.
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La tarea es ardua. Los medios están, pero a veces no estamos dispuestos. Hay que estar decididos a dejar de lado el orgullo y aceptar que a veces tenemos razón y otras no. Desde esta base, es más fácil el diálogo y el entendimiento. Estamos hablando de un entendimiento que tiene como objeto nada más ni nada menos que el cuidado y la educación de los hijos. A esto nos comprometimos seriamente, ante Dios y ante testigos el día de nuestro casamiento. Y no podemos renunciar.
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La unidad de criterio a la hora de fijar pautas educativas, se revela entonces como un pilar que debemos cuidar. Las discrepancias se resuelven a puertas cerradas y siempre teniendo en cuenta el bien de los hijos. Y no caigamos en la arrogancia de pensar que es una regla de oro nuestra experiencia personal. Lo será en algunas ocasiones. En la mayoría, sin embargo, podremos aspirar a más para nuestros hijos. Para la carrera que importa -se entiende- para la definitiva.

sábado, 16 de mayo de 2009

BenedictoXVI en Nazaret

"Aquí, tras el ejemplo de María, José y Jesús, podemos apreciar aún más la santidad de la familia que, en el plan de Dios, se basa en la fidelidad para toda la vida de un hombre y una mujer, consagrada por el pacto conyugal y abierta al don de Dios de nuevas vidas. ¡Cuánta necesidad tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo de volver a apropiarse de esta verdad fundamental, que constituye la base de la sociedad y qué importante es el testimonio de parejas casadas para la formación de conciencias maduras y la construcción de la civilización del amor!”
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El pensamiento del Pontífice se ha dirigido a Maria, "llena de gracia", la Madre de la Sagrada Familia y nuestra Madre: "Nazaret nos recuerda el deber de reconocer y respetar la dignidad y misión concedidas por Dios a las mujeres, como también sus carismas y talentos particulares". Después a san José, de cuyo ejemplo "Jesús aprendió las virtudes de la piedad masculina, la fidelidad a la palabra dada, la integridad y del trabajo duro. En el carpintero de Nazaret vemos cómo la autoridad puesta al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que busca el dominio… Finalmente, al contemplar la Sagrada Familia de Nazaret, dirigimos ahora la mirada al niño Jesús, que en la casa de María y de José creció en sabiduría y conocimiento, hasta el día en el que inició su ministerio público. En esto, quisiera compartir un pensamiento particular con los jóvenes presentes. El Concilio Vaticano II enseña que los niños tienen un papel especial para hacer crecer a sus padres en la santidad. Les pido que reflexionen sobre ello y dejen que el ejemplo de Jesús les guíe no sólo para demostrar respeto a sus padres, sino también para ayudarles a descubrir con más plenitud el amor que da a nuestra vida el sentido más profundo”.
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jueves, 7 de mayo de 2009

Límites II

La imagen del semáforo extravagante, me sirve de pie para seguir reflexionando sobre la educación de los hijos y los límites.
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Para todos está claro que los límites educativos son buenos. Y que la falta de los mismos causa desorientación, desorden, caos, heridas, enfermedad. Hoy por hoy, ya no es frecuente encontrarnos con padres que cultiven una línea educativa próxima a los ideales del 68, anárquica, amante de las comunidades hippies en medio de los bosques, con horror al jabón, al reloj, a la peluquería, creadora del prohibido prohibir, defensora a ultranza del llamado amor libre, lectora de Sartre, Marcuse, Cohn-Bendit, Simone de Beauvoir a quienes aceptaban con más firmeza y menos crítica que un buen musulmán al Corán.

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Me siento un poco parte de aquella generación perdida. Debe ser por eso que no me gusta levantarme temprano. Es que mis padres me lo pusieron difícil, a Dios gracias. Además, ayudó a que no me dedicara a tonterías, que me toco vivir esos años en un país en guerra. Aunque ahora se quiera poner la z antes que la a, es la verdad. Guerra entre una guerrilla marxista y traidora y un ejército nacional que la derrotó. Gracias a lo cual también hay que decirlo, hoy los vencidos de ayer están en el poder. Total, que una vez más se ve que las guerras no sirven para nada. Pero para los que vivimos aquellos años, no había mucho tiempo para veleidades de hippillos por estas latitudes. En ir al liceo te jugabas la vida, y los tiroteos eran cosas de todos los días.





Pero no hay que dar todo por sentado en materia de límites en la educación. De hecho, en muchos lugares, los parlamentos están queriendo regular si los padres pueden o no dar una palmada a sus hijos. ¡Believe it or not! Partamos de la base que les anima el interés genuino del niño en los abominables casos de padres violentos. Pero no es el caso. Estas aberraciones ya estaban claramente previstas y sancionadas en los códigos de la niñez de la inmensa mayoría de los países. Aquí se trata de dar un paso más en la indebida injerencia estatal dentro del ámbito familiar. La autonomía de los padres en la educación de su prole, es un derecho de los hijos. Los lazos familiares principales, (paternidad, maternidad, filiación, fraternidad) son debidos en justicia. De allí nace la incondicionalidad de los lazos familiares, no de la consanguinidad fanática, sino de la aceptación interpersonal. (cfr. El ser conyugal. Pedro-Juan Viladrich)
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La pregunta que surge es: ¿cuáles son las credenciales que habilitan a los padres para ser los responsables de la educación de sus hijos? Pues precisamente su condición de tales. Todo lo concerniente a la educación de nuestros hijos es nuestra responsabilidad. Los demás actores sólo lo harán en forma subsidiaria en el respeto de ésta. Naturalmente, los padres delegarán aquellos aspectos que son más eficazmente atendidos por especialistas. Pero siempre respetada sea su autonomía, responsabilidad y derecho-deber.
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El estado es la organización que se da una sociedad para salvaguardar el estado de derecho. Pues bien, la salvaguarda de los derechos de la familia, es de su primer interés. Por razones de fines y por razones de eficacia, entre otras.