Esta intervención es de José María Contreras, experto en comunicación familiar, director de www.ondavoz.es, en una reunión para familias de residentes del Colegio Mayor Albayzín de la Universidad de Granada. Nos da pie para algunos comentarios.
Afirma el disertante que quienes se comprometen en matrimonio están asegurándose mutuamente que “no van a cambiar”. El deseo de cambio, porque “me gusta cambiar”, es en efecto una tentación del hombre actual. Incentivada por una cultura que lo fomenta en su desenfreno consumista, o en el rechazo inmediato a todo lo que signifique algo más que un hoy y ahora. Por el contrario, en el matrimonio, los contrayentes esperan y tiene derecho a que no se cambien aquellas cosas que se prometieron, la fidelidad hasta la muerte, la apertura a la vida, la ayuda mutua, con salud o enfermedad, en la riqueza o en la pobreza hasta que la muerte los separe.
Por otra parte, las personas no cambian, aunque son capaces de mejorar si ponen la necesaria intencionalidad y cuentan con las debidas ayudas. De allí que sea tan importante que los novios aprendan que el noviazgo, es la etapa del conocimiento mutuo, con los modos y las formas que son propias de la relación de los novios y no de la relación conyugal. Después, viene la etapa de la aceptación y del amor verdadero.
El amor de los novios es verdadero amor, pero en un sentido restrictivo del término. El amor de los esposos, en cambio, es amor de entrega total, es amor fecundo, y como es personal lo es también para siempre.
También comenta José Ma. Contreras, que el amor conyugal incluye vivir y querer los defectos del otro. Y va más allá, al decir que defectos, desde la óptica de la convivencia matrimonial, son lo que me molesta del otro. Aunque objetivamente sean virtudes. Agrega que erraría quien fuera al casamiento con la ilusión de educar o de cambiar, que al matrimonio se va a querer.
Creo que hay que hacer algunos matices. Lo dicho en el video puede dejar traslucir un cierto dejo de resignación. Hay una expresión castellana que lo sintetiza: para aguantar a un santo se necesita otro santo. Las virtudes y la santidad, si lo son de verdad, están siempre moderadas por la caridad y por sus hermanas menores, la prudencia, la alegría, la urbanidad, las buenas maneras, etc. Y por tanto son de suyo atractivas. Parece mucho más apropiado pensar en aquello de que un santo triste es un triste santo.
El matrimonio es, sin embargo, verdadero camino de santidad. La santidad no es fácil, ciertamente. Es camino arduo. Pero es andadero, y al decir de don Josep en la entrada anterior, al final la vida “te parecerá corta”. El matrimonio no da la felicidad en forma automática. Ninguna realidad de la vida la da. Pero es capaz de darla si se tienen las debidas disposiciones.
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